Thursday, March 15, 2018

Salidas y despedidas por Kevin Zavala


         Por 6 años yo viví en El Salvador. Era el único hogar que yo había conocido. Vivía en un campo lleno de árboles de jocotes, nances, mandarinas. El terreno era magnífico, había cerros que tocaban el cielo y cascadas que corrían violentamente cuando llovía. Sin embargo, lo que me importaba más de El Salvador eran mis amigos y mi familia. Cada día yo jugaba al escondite con mis primos, los días de la semana yo caminaba a la escuela en el pueblo vecino con ellos y los fines de semana íbamos a la doctrina de la iglesia. Yo no sabía otro modo de vivir mi vida. Entonces, cuando mi mamá me contó que en unos meses nos íbamos a ir a los Estados Unidos con mi papá, sentí que fui arrancado de mi vida como una curita.
     Para empezar, el 30 de abril del 2008 era el día que yo esperé que nunca llegara. Yo me desperté en la mañana inmediatamente acordándome que esa iba a ser la última mañana que iba pasar en El Salvador. El clima del día era nublado y gris lo cual reflejaba mis sentimientos sobre el día. Empecé a llora al pensar en todas la cosas que iba a dejar: mi casa, mi familia y mis amigos. Yo no quería irme, yo no iba a entender nada de las costumbres de los Estados Unidos y no iba a conocer a nadie, me iba a sentir como un gallo en un corral ajeno, un gran extranjero. Sin embargo, mi papá siempre me contaba que porque yo había nacido en los Estados Unidos, ahí era donde yo iba a tener más oportunidades.
     Para continuar, después que me levanté y de que dejé de llorar, fui a buscar a mi mamá y la encontré con mi papá y mi tío, quien iba a manejar a mis padres y yo a Sensuntepeque para que mi mamá se pudiera despedir de su familia. Vi que mi mamá se veía algo nerviosa y le pregunté, <<¿Está nerviosa?>>. Ella me miró y me dijo <<No, mi’jito, estoy feliz que por fin voy a conocer a los Estados Unidos>>. Yo inmediatamente supe que ella estaba mintiendo; admiré su intento para consolarme. Después de todo, ella también iba ir a un país extraño. A las 12:00 de la tarde mi papá nos dijo que ya casi nos íbamos y mi corazón se hundió, era tiempo para mis despedidas. Fui a buscar a mi tía-madrina, Mayra, y la abracé que sintió como que duró 100 años, pero no me importaba. Empecé a llorar de nuevo y ella igual y me dijo <<Nosotros podemos estar miles de millas aparte, pero mi corazón y amor siempre iba a estar contigo>>. Después de eso empecé a llorar como nunca antes, mis lágrimas se sentían como ríos ahogandome en tristeza.
     A las 4:00 de la tarde llegamos al aeropuerto, toda la gente corriendo solo aumentó mi nerviosidad. Mi papá me preguntó si tenía hambre y le iba a mentir y decirle que no, cuando mi mamá propuso que fuéramos a comer <<Pollo campero>> y estuve feliz que ella propuso eso porque quizás iba a ser la última vez que lo iba a comer por mucho tiempo. Comimos ahí por una hora cuando mi papá nos dijo que ya era hora para alistarnos. Yo sabía que nuestra partida se acercaba más y más, entonces tuve que tomar la mano de mi mamá porque el hecho de que yo tenía a alguien que sentía igual que yo, me daba consuelo. El proceso tedioso del registro para el vuelo solo me hizo más enojado que tuve que dejar mi hogar, pero a las 7:00 de la noche, yo estaba oficialmente listo para dejar el país. Cuando el avión empezó a despegar, sentí la mano de mi mamá tomar la mía y la vi rezando, con lágrimas en sus ojos, <<Por favor, que los Estados Unidos nos encuentre con manos abiertas>>.
     Para concluir, a las 12:00 de la mañana del primero de mayo, yo oficialmente era Kevin Zavala, el estadounidense. Yo siempre había pensado que los Estados Unidos solo estaba llena de personas blancas, pero me dio esperanza cuando vi a gente latina corriendo y abrazando a sus familiares en el aeropuerto. Pero nada me dio más alegría que cuando mi papá me dijo que la ciudad donde íbamos a vivir se llamaba <<Santa Cruz>>, y pensé <<La lengua de Latinoamérica nunca va a perder su lugar en mi corazón>>. Ahora, ya casi va a ser el primero de mayo del 2018, una década desde que le dije adiós a mi primer hogar. Esos años me han dado tiempo para aprender de la cultura, la lengua y la gente estadounidense. Soy bilingüe, soy salvadoreño y soy estadounidense y ahora sé que el cambio puede ser difícil al principio. Sin embargo, el cambio puede abrir muchas puertas y perspectivas que antes se veían imposibles.

Dos días siguientes y un golpetazo cerebral por Wendy Sánchez

 
     Por lo menos no tuve que hacer la tarea por una semana. Me acuerdo que después de una semana de tomar mis tareas y trabajos leves por la autoridad de la enfermera pude hablar con mi doctora. Ya me había estado sintiendo un poco mal física y mentalmente porque no podía trabajar a mi potencial. Me sentía triste y sin fuerza. Todavía no era confirmado, pero por los síntomas secundarios que estaban ocurriendo, me dijeron que tal vez había sufrido de un golpetazo cerebral.
         Mi incidente fue acumulado por dos días, entonces pasó en dos diferentes lugares. El primer incidente fue durante mi partido de fútbol. Yo estaba corriendo con la pelota hacia la red de la meta cuando sentí que la muchacha llegó a mi lado , me empujó y me caí al piso. No le puse tanta importancia en cómo me sentía durante el partido. Al fin, oí el sonido del silbato del árbitro “ooooiiii” y se había acabado el partido. Después me empecé a sentir un poco mareada y me empezó a doler la cabeza. No le puse importancia y en la tarde me tomé una pastilla para mi dolor de cabeza. Al siguiente día , que era el 7 de enero, por las 5:00 de la tarde estaba en el carro con mi mamá , estábamos paradas en una luz roja. De repente oí y sentí el ¨craaashh¨. Todo pasó muy rápido, me había pegado la cabeza contra el asiento del carro.
        Después de que mi mamá habló con la otra persona del carro, fuimos a casa. Seguí con el dolor de cabeza. Al siguiente día fuimos a la sala de emergencias. Solo me dijeron que tomara Tylenol para el dolor. Lo hice por los siguientes días, pero me sentía muy cansada y todavía me dolía la cabeza. Fui con la enfermera de la escuela, ella fue quién me dijo que probablemente sufría de una conmoción cerebral por los efectos secundarios. Pasaron tres días hasta que tuve cita con mi doctora. Estando en el doctor me sentía un poco abrumada de miedo y tristeza porque sabía que si tenía una conmoción cerebral, iba a tener que seguir reglas para mejorar pronto. Al hablar con mi doctora me confirmó que sí tenía una conmoción cerebral, la cual es un daño al cerebro. Mi doctora me explicó lo que no podía hacer y lo que podía hacer. Empecé a llorar. Me dio tristeza porque sabía que me iba a atrasar en mis tareas y trabajos de clase. También me sentí desanimada porque no pude jugar futból o correr por dos semanas y media. Mi doctora me escribió una receta para el dolor de cabeza.
          Mi mamá y yo salimos del doctor. Lo primero que me dijo fue: ¿Viste? Te dije que ya no siguieras jugando”. Solo la escuché ; me quedé callada. Luego me dijo, “Pues, si quieres recuperarte pronto, tienes que seguir las reglas de la doctora.” Solo le dije, “Sí, no me queda de otra. Quiero regresar a jugar y correr lo más pronto posible.” Mi mamá respondió con, “¡Ay niña! eres bien necia como un chiquillo que le acaban de decir que no”. Durante la semana que estuve en casa, estaba muy aburrida. Solo escuche música y jugaba con mi perrita o iba a caminar con ella. No pude mirar la tele, dejé mi teléfono, no podía leer ni escribir ni hacer mi tarea. Luego pasó la semana de no hacer nada y estar en casa. Regresé a la escuela, hablé con todos mis maestros, me dieron toda mi tarea y trabajos de clase que tenía que completar . Me sentí más abrumada y estresada porque sentía que se me acumulaba mucho mis tareas. Al regresar a la escuela, a veces solo quería rendirme y no hacer nada. Pero sabía que tenía que trabajar para sacar buenas notas y entregar mis tareas. Si no,no iba a poder jugar. Aparte de mis tareas fue un reto para mí cuando volví a correr porque al primer día Tim, el entrenador atlético, me dio una lista de ejercicios para hacer por cuatro días. Eso solo fue para ver cómo me sentía después de hacer cada ejercicio. Algunos de los días todavía me dolía mi cabeza o me sentía mareada.
         Para concluir mi historia, mi situación duró como tres semanas porque una semana y media tuve que estar en reposo, durante la otra semana y media me tuve que poner al día con todas mis clases. Después que me recuperé tuve más precaución, pero estaba feliz que ya podía jugar y correr. Cuando recuerdo todo esto me hace pensar en que si pongo mi mente a algo y si me enfoco, voy a poder cumplir los deseos que quiero. Otra cosa que también aprendí es que no debo de rendirme tan rápido porque todo toma tiempo.

Un dolor inolvidable por Juan Mercado



   
      Nunca olvidaré el día en que me fracturé unos huesos. Era un día como cualquiera, la misma rutina como siempre cuando me quedaba dormido llegaba mi madre a despertarme para que fuera a trabajar con mi padre. Odiaba eso, pero me parecía bien cuando miraba lo hermoso que era el amanecer.
     Comenzaba un nuevo día y todo parecía paz y armonía, el sol comenzaba a salir y los pájaros cantaban mientras yo iba de camino a la montaña con mis dos perros que parecían estar felices ese día. Siempre salía a llevarlos conmigo en la parte atrás del carro porque sentía lástima verlos correr tanto camino. Tuve muchos perros, pero esos dos eran mis favoritos porque yo los crié desde que eran cachorros y su madre murió. Pasaba mucho tiempo con ellos siempre me acompañaban cuando salía a las montañas.
     Ya estando en el lugar donde trabajaba eran como las diez de la mañana cuando me ocurrió algo inesperado. Estaba junto a mi padre creando una rampa de madera. Yo le sostenía una cuartón de manera roja en lo alto mientras él la acomodaba. Tuvo un descuido y aquel pedazo de madera se salió de su lugar y cayó en picada sobre mi pierna. Yo intente pararlo pero mi mano no resistió el impacto y no pude detenerlo. Cuando aquella madera cayó sobre mi pie, sentí como todo mi pie y cintura se dislocaban lentamente.
     En ese momento no sentí dolor alguno, más bien sentía coraje porque era tiempo de Pascua. Como es la cultura, todos salíamos a pasear y yo con mi pie y mi cintura mala no podía hacer todas las actividades. Al final resultó ser un poco divertido porque todos mis amigos llegaron a visitarme e hicimos una fiesta aunque, claro, yo no podía hacer nada en el estado que estaba. Solo podía hacer una cosa--pinchar música. Era mi pasatiempo favorito, así que pasaba muchas horas del día haciendo eso mi musica favorita era la electrónica y un poco las baladas rock, no iba a la escuela en ese tiempo, pero mi madre me ponía a estudiar muchos libros. Gracias a eso, aprendí muchas cosas mientras estaba mal leía sobre historia, ciencia y sociedad esas cosas me parecían muy interesantes.
     A veces me frustraba estar todo el día en casa; no estaba acostumbrado a eso y sentía que nunca me iba a recuperar o, si me recuperara, no sería lo mismo. Pasó el tiempo. Comenzaba a sentirme mejor. Iba a ejercitar jugaba fútbol, iba largas horas a perderme en las montañas. Eso me servía de distracción contra todo lo que pasaba en ese lugar. Me ayudaba a aclarar mis pensamientos. Desde entonces lo único que buscaba era paz y armonía conmigo mismo y ese deseo de sentirme libre. Al final de todo esto pienso que eso fue bueno y malo bueno en la forma que me enseñó a tener paciencia y concentrarme más en mi aprendizaje, por el otro lado fue malo porque fue algo doloroso.

El primer día por Lesley Barreto



     Fue mi mejor año de escuela, pero ese primer día me sentí con tanto miedo de que algo saliera mal y que se arruinara todo. Era mi segundo año de la secundaria, y apenas me había cambiado escuelas de Harbor a Cypress, porque mi primer año en Harbor fue un desastre y quise tratar algo nuevo. Ese primer día de Cypress me sentí como si estuviera en un territorio inexplorado.
     Era un día caliente durante los fines de agosto. No había nubes en el cielo, solamente el sol que brillaba como foco y sentí que iluminaba mi ansiedad. Caminaba por la entrada con mi mochila color café, donde cargaba demasiados recursos que nunca usaría. Me vestí en un vestido rosa casual con una chaqueta de mezclilla ligada alrededor de mi cintura y mis nuevos zapatos blancos de Converse, pero al llegar noté que muchos de mis nuevos compañeros se vestían de ropa de los fines del siglo XX o en pijamas. Era algo que nunca he visto, pero me gustaba la seguridad que tenían al llevar su ropa. La escuela era pequeña, con solo cinco salas, y no había más de ciento cincuenta estudiantes en total. Solo había una persona que conocía de antemano, pero yo no la vi. La campana sonó, y sentí mi corazón caer.
     Mi primera clase era de historia mundial. La maestra me sentó al lado de un niño que se llamaba Mitchell. Mitchell estaba vestido de negro de pies a cabeza. Tenía una capa, botas de tacón alto, y encima de su cabeza se sentó una tiara de plata. Instantáneamente sabía que quería que fuera mi amigo. Me presenté, y le dije que era mi primer día. Él ofreció mostrarme todo, y empezamos a hablar de nuestros gustos y disgustos, y notamos que éramos casi idénticos en todo. Desde ese momento en adelante, Mitchell fue uno de mis mejores amigos ese año. Mitchell y yo también tuvimos la misma clase de inglés al final del día, y al salir de la sala húmeda me preguntó: “Entonces, ¿cómo estuvo tu primer día?” Me quedé allí por un momento, pensándolo. Yo quería decirle del alivio que sentí después de que lo conocí, pero no quería asustarlo. “Estuvo bien.” Me despedí de él, y en la caminata a mi casa me sentí tranquilizada.
     El resto del año era muy positivo. Hice nuevos amigos y mis notas mejoraron bastante. Me sentí en casa cuando fui a Cypress, y no supe por qué no empecé la secundaria allí desde el principio. La única razón que me traslade a Harbor de nuevo fue porque quise tomar clases que me podrían desafiar más. Ahora miro a ese año en Cypress con nostalgia. Estoy orgullosa de la experiencia que tuve allí, fue una de las mejores decisiones que he hecho. Sin embargo, la decisión de cambiarme a Harbor de nuevo fue la mejor decisión para mi educación y mi futuro.

Un 10 de mayo sin una madre por Dayana López

     
      “Quieres cambio sin sacrificio. Quieres paz sin lucha. El mundo no funciona así.” Esta cita de Jeff Daniels describe exactamente mis sentimientos sobre ese 10 de mayo que pasé sin el abrazo de mi madre. Aún recuerdo ese día como si fuera ayer, pero ya han pasado 4 años desde el último día de la madre que pasé en mi país; 4 años desde que bailé para ella aunque no estaba presente; 4 años desde que me quebranté emocionalmente por su ausencia. Hace 4 años cuando celebramos el día de la madre en un evento escolar, me di cuenta de cuánta falta me hacía el no tenerla junto a mí al tener que hacer un acto de baile con mis mejores amigas para todas las madres de las cuales ninguna era la mía.
         La pintura de la escuela ya se estaba desmoronando como las hojas de los árboles en tiempos de otoño. El aire llenaba mi nariz con el sabroso aroma de panes con pollo que provenía de la diminuta cocina al lado de los árboles de mamón que danzaban al ritmo del viento. Los pasos apresurados de los estudiantes tumbaban en mis oídos indicándome que el show estaba a punto de comenzar. Al entrar al enorme salón, podía observar la multitud de madres que se sentaban a sus alrededores en unos viejos pupitres esperando con ansiedad que el primer artista subiera al escenario y abriera el espectáculo.
        Al notar el gran número de personas que iban a disfrutar del show, comencé a peinar repetidamente mis rizos negros hasta que algo me hizo detenerme. Un sentimiento de inquietud llenó mi pecho al contemplar las orgullosas miradas de las madres hacia sus hijos, y el ver tanto amor maternal que yo nunca había recibido directamente de la persona que yo tanto anhelaba; me causó que huyera a las afueras de la escuela hasta llegar a la calle principal, la cual estaba completamente vacía dándome espacio para respirar. Cuando mi corazón volvió a latir a su ritmo normal, decidí que era tiempo de regresar. En el momento que yo caminaba hacia el salón sentí unos brazos blancos apretando mi estómago con mucha fuerza e intensidad, y en un solo instante me di cuenta de a quién les pertenecían. Miré a mi mejor amiga con sus ojos amistosos y le sonreí; una sonrisa falsa que tocaba mis pequeñas mejillas y que tapaba la tristeza y el enojo que llevaba por dentro. Nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia las cuadradas ventanas del salón y desde ahí vigilábamos a los artistas que estaban realizando con mucho esmero sus actos, esperando nuestro turno.
        La espera pareció durar por horas haciendo que mi tristeza y enojo crecieran cada vez más como las personas en Costa del Sol en tiempos de vacaciones. De repente, sentí un emocionado golpe en mi hombro, volteé mi mirada hacia el lugar de donde provenía y vi a mi mejor amiga, que con una inclinación de cabeza me dijo que la hora había llegado. Caminamos hacia el interior del salón para ver las miradas expectantes de las madres al divisar nuestra presencia. Claramente estaban conscientes de que nosotros éramos el próximo acto. Tomamos nuestras posiciones en el centro del escenario y la canción “Limbo” de Daddy Yankee comenzó a sonar, y la coreografía que habíamos practicado por semanas empezó a desarrollarse. Las madres aplaudían con emoción mientras el baile avanzaba, pero mis sentimientos parecían no encontrar ningún tipo de paz, incluso cada segundo se volvían más y más impacientes. Lo cual me hizo pensar: “Si hace unas horas me hubieras preguntado cómo el baile me iba a hacer sentir, te hubiera dicho que feliz, pero nunca esperé que mi corazón estuviera tan vacío y solo, sin encontrarle ningún sentido a la vida mucho menos a esta presentación”. Cuando la canción acabó, un montón de abrazos rodeaban a mi cuerpo pero ninguno de ellos me hizo sentir mejor. Nunca le conté a nadie mis sentimientos sobre ese día siempre los mantuve dentro, hasta ahora.
        Mis sentimientos deprimentes se transformaron a confusión e indecisión en tan sólo una semana, lo cual fue causado por una oportunidad que fue presentada a mí de viajar a los EE.UU. para reunirme con mis padres, pero esa es una historia para otro momento. Ahora comprendo que aunque ese 10 de mayo fue uno de los días más tristes de mi vida, los sacrificios nunca se acaban incluso cada vez se vuelven más difíciles de soportar, pero todo vale la pena al final porque cada sacrificio es puesto para recibir algo mejor. ー Todo pasa por una razónー mi tía solía decir y ahora sé que es verdad porque si ese día no me hubiera traído tanta tristeza y enojo, nunca habría tenido la valentía de salir de mi país y dejar a personas importantes para mí. Ahora soy parte de dos mundos: el de mi niñez y el de mi presente, ambos me han enseñado mucho y ambos me hacen sentir completa. El mundo no va a cambiar si tú no luchas para que cambie, y los sacrificios son parte de esa lucha sin importar la causa por la que estás luchando. Yo di mi felicidad por un tiempo al estar separada de mis padres, pero al final esa felicidad encontró una manera de regresar a mí y por eso la frase: “Siempre hay que dar para recibir” nunca deja ni dejará mi mente y mi corazón. Gracias le doy a Dios por darme tantas lecciones que nunca olvidaré en tan solo un momento de mi niñez.

El Ballet Folklórico de Amalia Hernández por Alexandra Martínez Cavadias

        “Un artista necesita libertad total. Al bailar, tu único compromiso es con el arte mismo.” Esta cita fue dicha por la gran bailarina Amalia Hernández, quien empezó y fundó el mundialmente reconocido Ballet Folklórico de México. Hace un año en el verano yo fui al Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México para ver una de las representaciones. Ya había oído del Ballet folklórico de Amalia Hernández y estaba muy muy emocionada para verlo porque yo había bailado por 11 años y era algo que me encantaba. El baile siempre ha sido una gran parte de mi vida y siempre lo va a ser. Ya sabía que iba a ser una experiencia fenomenal y conmovedora.
     Mi mamá, mi papá, mi hermano y yo llegamos al Palacio de Bellas Artes y vimos a la colega de mi mamá, quien es una de nuestras amigas, y su hija, Kate, que también baila. Planeamos ir a verlo con ellas porque iban a estar en México al mismo tiempo que nosotros. Yo estaba un poco enfadada que íbamos a verlo con ellas porque pensé que Kate no lo iba a tomar tan en serio como yo. Ahora sé que no debería haberlo pensado así. El palacio era como un palacio o castillo de verdad. Era grande y blanco con un color dorado encima. La arquitectura era increíble y muy detallada. Lo habíamos visto en la noche también y fue espectacular, se podían ver todas sus luces brillando. También había cartulinas en una pantalla cambiando de foto a foto en la entrada. Había una foto específica sobre el baile enfrente de la cual mi mamá estaba tratando de tomarme una foto, pero siempre cambiaba a otra imagen rápidamente. Por fin, pudo tomar la foto.
     Entramos a donde estaban los asientos y el escenario y nos sentamos en los asientos muy elegantes de terciopelo granate. Esperamos un rato ahí y finalmente empezó el show. Se abrió el telón y las luces se bajaron. Los bailes eran hermosos e impresionantes. No me podía creer lo bonito e increíble que bailaban los bailarines. Su técnica, postura, juego de piernas, faldeo, sonrisas, coqueteo--todo era perfecto. Reconocí el origen de los bailes de Guerrero, Veracruz y Jalisco porque yo los he bailado. Muchos de los otros nunca los había visto, como el Baile del Venado, Los Matachines, La Charreada, La Revolución y Fiesta en Tlacotalpan. Algunos de esos bailes eran como una obra de teatro que fue muy divertida de ver porque se contaba en cada uno una historia.
     El baile que más atrajo mi atención fue uno de los bailes que nos enseñó una historia. Había un diablo, cupido, una novia y un novio, una hada, la muertecita, la cucaracha, el amante, el jicotillo, el gallo de oro y el gallo morado. Los diferentes personajes entraban y salían rápidamente por el escenario bailando y actuando. Había como pequeños sketches por el baile. Los personajes se interactuaban. Se peleaban mucho, pero hubo unas partes de amor y amistad. Este baile fue algo que nunca había visto antes, era tan diferente y eso me encantó. Además, la técnica de los bailarines era asombrosa. Era obvio el entrenamiento de ballet que tenían los bailarines. Me fascina mucho cómo el ballet se incorpora al baile folklórico y se ve que tener ese entrenamiento te puede ayudar mucho con la técnica de baile. Me gustaría aprender técnicas de ballet también.
     Algo más que hizo este show espectacular que fue la música, que es una gran parte del baile y los color brillantes. Había un mariachi y otra banda también en vivo tocando las canciones. En el último baile salieron los músicos a los lados de los asientos y se podía oír el ─ajajaaaayyyy─ de los músicos, los otros gritos de los bailarines y la audiencia. Todos se pusieron de pie a aplaudir, a animar y a bailar. Era claro que todos se estaban disfrutando mucho, especialmente yo. Durante el show entero yo tenía puesta una gran sonrisa e incluso empecé a llorar lágrimas de pura felicidad.
     Terminó el show y nos fuimos. Recuerdo que Erin me preguntó lo que había pensado y solo le dije que me gustó porque ni podía expresar cómo me sentía después de verlo. Para mí esta experiencia fue algo que me transformo porque me di cuenta de un par de cosas importantes. El baile puede ser expresado por muchas diferentes técnicas y formas, y todos son diferentes y bonitos en su propia manera. También me di cuenta de que muchos tipos de personas y costumbres todavía no son aceptadas en ciertas comunidades. Por ejemplo, todas las bailarines se veían muy similares y ninguna tenía pelo ni piel oscura. Eso me hizo creer que no era aceptable verse de una manera específica para bailar y que querían una imagen específica de sus bailarines. Eso es algo en que tengo una opinión muy fuerte porque sé cómo se siente no ser aceptada en el mundo de baile folklórico y yo creo que no importa quién eres o cómo te ves, si te encanta al baile, entonces debes bailar. En total, todos los aspectos de esta experiencia me hicieron amar el baile aún más que antes y siempre voy a recordarlo.

Lo que perdimos y la entrada a un nuevo capítulo por Cristina Vargas

     A los 6 años mi vida cambió para siempre. Cambió porque me mudé a México, no sé por qué mis padres decidieron de irse, pero se miraban más felices de lo normal. Me mudé con mi hermano y mis padres. Fue un viaje que duró más de 24 horas en carro, pero todo valió la pena. Cuando al fin llegamos, fui presentada a mi familia y a los amigos de la infancia de mis padres que nunca había conocido. Me sentí en paz conmigo misma porque me sentí por fin completa.
     Me encantaba vivir en un ranchito, vivía en un lugar que se llamaba Los Soyates y estaba localizado en el estado de Zacatecas. Fue un choque de cultura para mí porque las calles eran hechas de tierra, la gente se saludaba cada vez que se miraba y mucho de vivir en el rancho se trataba de la agricultura. Caminaba a la escuela cada día con mi hermano porque estaba tan cerca a mi casa. Antes de irme a la escuela me gustaba decirle “buenos días” a las vacas que vivían a un lado me mí. De vez en cuando respondían con un “mu, mu”. Me acuerdo de mi madre trayéndonos la comida cada día durante el almuerzo y que yo comía con mis primos que también asistían a la misma escuela que yo. Mi actividad favorita era irme al monte con mis primos y también ir de compras a un pueblo cerca de nosotros.
     Un año después vino mi cumpleaños de los 7 años. Invité a todos mis amigos y familiares, fue uno de los días más felices de mi vida porque nunca había tenido una fiesta. El día siguiente todo cambió porque mis padres me explicaron que ya era tiempo de mudarnos de nuevo. No sabía por qué nos teníamos que mudar otra vez, solo sabía que mis padres no tenían papeles. Por esa razón, ellos iban a llegar a los EE.UU. en un modo más diferente que mi hermano y yo. Estaba triste, pero sabía que era para lo mejor. El plan era que mientras mis padres llegaban a México, iba a vivir con las tías de mi mamá. El día llegó que mis padres se despidieron de mi hermano y yo. Ya habíamos traído nuestras cosas a mis tías y sólo esperábamos a mis padres de llegar al decirnos adiós. Llegaron y me acuerdo específicamente que mi padre me dijo: “No llores”, entonces no llore. Ahora sé que tenía una razón de llorar, ese momento pudo haber sido la última vez que veía a mis padres, pero no quise llorar por esa razón sino porque iba a extrañar a mis padres.
     Viví con mis tías por un mes. Les ayudaba a darles comida a los pollitos, traería las vacas al bordo (asi es como llamamos los lagos en mi rancho), cada día esperando una llamada de mis padres. No oí de ellos por mucho tiempo porque no tenían acceso a un teléfono, solo tenía uno el coyote me imagino. Al fin, mis padres llegaron a Hollister, California, donde vivía la hermana de mi papá. Estuvieron ahí por unos días buscando a donde vivir para que todo estuviera listo para nuestra llegada. Un día mi madre me llamó para informarme que mi prima había fallecido. No sabía reaccionar porque la conocí solamente una vez. Asistí al funeral con mi hermano, era la primera vez que había visto a una persona muerta y fue algo raro experimentar sin mis padres a mi lado. Todo era muy triste--mis tíos y tías se habían puesto lentes para que no se pudiera ver su tristeza, pero de cualquier modo se veían las lágrimas caer de sus rostros.
     En fin, con esta experiencia aprendí a apreciar todo lo que mis padres hacen por mí. Me dieron la oportunidad de crecer en el rancho donde ellos mismos vivieron en su infancia y poder conocer a todos mis familiares. También sacrificaron sus vidas más de una vez para darme el beneficio de poder aprender en los EE.UU. y tener la mejor educación posible. Estas experiencias me han convertido a una persona más humilde y hoy en día trato de no descontar mi vida por nada.