Thursday, March 15, 2018

Lo que perdimos y la entrada a un nuevo capítulo por Cristina Vargas

     A los 6 años mi vida cambió para siempre. Cambió porque me mudé a México, no sé por qué mis padres decidieron de irse, pero se miraban más felices de lo normal. Me mudé con mi hermano y mis padres. Fue un viaje que duró más de 24 horas en carro, pero todo valió la pena. Cuando al fin llegamos, fui presentada a mi familia y a los amigos de la infancia de mis padres que nunca había conocido. Me sentí en paz conmigo misma porque me sentí por fin completa.
     Me encantaba vivir en un ranchito, vivía en un lugar que se llamaba Los Soyates y estaba localizado en el estado de Zacatecas. Fue un choque de cultura para mí porque las calles eran hechas de tierra, la gente se saludaba cada vez que se miraba y mucho de vivir en el rancho se trataba de la agricultura. Caminaba a la escuela cada día con mi hermano porque estaba tan cerca a mi casa. Antes de irme a la escuela me gustaba decirle “buenos días” a las vacas que vivían a un lado me mí. De vez en cuando respondían con un “mu, mu”. Me acuerdo de mi madre trayéndonos la comida cada día durante el almuerzo y que yo comía con mis primos que también asistían a la misma escuela que yo. Mi actividad favorita era irme al monte con mis primos y también ir de compras a un pueblo cerca de nosotros.
     Un año después vino mi cumpleaños de los 7 años. Invité a todos mis amigos y familiares, fue uno de los días más felices de mi vida porque nunca había tenido una fiesta. El día siguiente todo cambió porque mis padres me explicaron que ya era tiempo de mudarnos de nuevo. No sabía por qué nos teníamos que mudar otra vez, solo sabía que mis padres no tenían papeles. Por esa razón, ellos iban a llegar a los EE.UU. en un modo más diferente que mi hermano y yo. Estaba triste, pero sabía que era para lo mejor. El plan era que mientras mis padres llegaban a México, iba a vivir con las tías de mi mamá. El día llegó que mis padres se despidieron de mi hermano y yo. Ya habíamos traído nuestras cosas a mis tías y sólo esperábamos a mis padres de llegar al decirnos adiós. Llegaron y me acuerdo específicamente que mi padre me dijo: “No llores”, entonces no llore. Ahora sé que tenía una razón de llorar, ese momento pudo haber sido la última vez que veía a mis padres, pero no quise llorar por esa razón sino porque iba a extrañar a mis padres.
     Viví con mis tías por un mes. Les ayudaba a darles comida a los pollitos, traería las vacas al bordo (asi es como llamamos los lagos en mi rancho), cada día esperando una llamada de mis padres. No oí de ellos por mucho tiempo porque no tenían acceso a un teléfono, solo tenía uno el coyote me imagino. Al fin, mis padres llegaron a Hollister, California, donde vivía la hermana de mi papá. Estuvieron ahí por unos días buscando a donde vivir para que todo estuviera listo para nuestra llegada. Un día mi madre me llamó para informarme que mi prima había fallecido. No sabía reaccionar porque la conocí solamente una vez. Asistí al funeral con mi hermano, era la primera vez que había visto a una persona muerta y fue algo raro experimentar sin mis padres a mi lado. Todo era muy triste--mis tíos y tías se habían puesto lentes para que no se pudiera ver su tristeza, pero de cualquier modo se veían las lágrimas caer de sus rostros.
     En fin, con esta experiencia aprendí a apreciar todo lo que mis padres hacen por mí. Me dieron la oportunidad de crecer en el rancho donde ellos mismos vivieron en su infancia y poder conocer a todos mis familiares. También sacrificaron sus vidas más de una vez para darme el beneficio de poder aprender en los EE.UU. y tener la mejor educación posible. Estas experiencias me han convertido a una persona más humilde y hoy en día trato de no descontar mi vida por nada.

2 comments:

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  2. Me encanto tu narrativa guauuu

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