Thursday, March 15, 2018

Un 10 de mayo sin una madre por Dayana López

     
      “Quieres cambio sin sacrificio. Quieres paz sin lucha. El mundo no funciona así.” Esta cita de Jeff Daniels describe exactamente mis sentimientos sobre ese 10 de mayo que pasé sin el abrazo de mi madre. Aún recuerdo ese día como si fuera ayer, pero ya han pasado 4 años desde el último día de la madre que pasé en mi país; 4 años desde que bailé para ella aunque no estaba presente; 4 años desde que me quebranté emocionalmente por su ausencia. Hace 4 años cuando celebramos el día de la madre en un evento escolar, me di cuenta de cuánta falta me hacía el no tenerla junto a mí al tener que hacer un acto de baile con mis mejores amigas para todas las madres de las cuales ninguna era la mía.
         La pintura de la escuela ya se estaba desmoronando como las hojas de los árboles en tiempos de otoño. El aire llenaba mi nariz con el sabroso aroma de panes con pollo que provenía de la diminuta cocina al lado de los árboles de mamón que danzaban al ritmo del viento. Los pasos apresurados de los estudiantes tumbaban en mis oídos indicándome que el show estaba a punto de comenzar. Al entrar al enorme salón, podía observar la multitud de madres que se sentaban a sus alrededores en unos viejos pupitres esperando con ansiedad que el primer artista subiera al escenario y abriera el espectáculo.
        Al notar el gran número de personas que iban a disfrutar del show, comencé a peinar repetidamente mis rizos negros hasta que algo me hizo detenerme. Un sentimiento de inquietud llenó mi pecho al contemplar las orgullosas miradas de las madres hacia sus hijos, y el ver tanto amor maternal que yo nunca había recibido directamente de la persona que yo tanto anhelaba; me causó que huyera a las afueras de la escuela hasta llegar a la calle principal, la cual estaba completamente vacía dándome espacio para respirar. Cuando mi corazón volvió a latir a su ritmo normal, decidí que era tiempo de regresar. En el momento que yo caminaba hacia el salón sentí unos brazos blancos apretando mi estómago con mucha fuerza e intensidad, y en un solo instante me di cuenta de a quién les pertenecían. Miré a mi mejor amiga con sus ojos amistosos y le sonreí; una sonrisa falsa que tocaba mis pequeñas mejillas y que tapaba la tristeza y el enojo que llevaba por dentro. Nos tomamos de las manos y nos dirigimos hacia las cuadradas ventanas del salón y desde ahí vigilábamos a los artistas que estaban realizando con mucho esmero sus actos, esperando nuestro turno.
        La espera pareció durar por horas haciendo que mi tristeza y enojo crecieran cada vez más como las personas en Costa del Sol en tiempos de vacaciones. De repente, sentí un emocionado golpe en mi hombro, volteé mi mirada hacia el lugar de donde provenía y vi a mi mejor amiga, que con una inclinación de cabeza me dijo que la hora había llegado. Caminamos hacia el interior del salón para ver las miradas expectantes de las madres al divisar nuestra presencia. Claramente estaban conscientes de que nosotros éramos el próximo acto. Tomamos nuestras posiciones en el centro del escenario y la canción “Limbo” de Daddy Yankee comenzó a sonar, y la coreografía que habíamos practicado por semanas empezó a desarrollarse. Las madres aplaudían con emoción mientras el baile avanzaba, pero mis sentimientos parecían no encontrar ningún tipo de paz, incluso cada segundo se volvían más y más impacientes. Lo cual me hizo pensar: “Si hace unas horas me hubieras preguntado cómo el baile me iba a hacer sentir, te hubiera dicho que feliz, pero nunca esperé que mi corazón estuviera tan vacío y solo, sin encontrarle ningún sentido a la vida mucho menos a esta presentación”. Cuando la canción acabó, un montón de abrazos rodeaban a mi cuerpo pero ninguno de ellos me hizo sentir mejor. Nunca le conté a nadie mis sentimientos sobre ese día siempre los mantuve dentro, hasta ahora.
        Mis sentimientos deprimentes se transformaron a confusión e indecisión en tan sólo una semana, lo cual fue causado por una oportunidad que fue presentada a mí de viajar a los EE.UU. para reunirme con mis padres, pero esa es una historia para otro momento. Ahora comprendo que aunque ese 10 de mayo fue uno de los días más tristes de mi vida, los sacrificios nunca se acaban incluso cada vez se vuelven más difíciles de soportar, pero todo vale la pena al final porque cada sacrificio es puesto para recibir algo mejor. ー Todo pasa por una razónー mi tía solía decir y ahora sé que es verdad porque si ese día no me hubiera traído tanta tristeza y enojo, nunca habría tenido la valentía de salir de mi país y dejar a personas importantes para mí. Ahora soy parte de dos mundos: el de mi niñez y el de mi presente, ambos me han enseñado mucho y ambos me hacen sentir completa. El mundo no va a cambiar si tú no luchas para que cambie, y los sacrificios son parte de esa lucha sin importar la causa por la que estás luchando. Yo di mi felicidad por un tiempo al estar separada de mis padres, pero al final esa felicidad encontró una manera de regresar a mí y por eso la frase: “Siempre hay que dar para recibir” nunca deja ni dejará mi mente y mi corazón. Gracias le doy a Dios por darme tantas lecciones que nunca olvidaré en tan solo un momento de mi niñez.

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