Thursday, March 15, 2018

Vidrio destrozado por Carina Bunch

      ¿Has tenido una vez visiones optimistas sobre un día y luego termina siendo horrible? Nunca olvidaré la vez que estaba en un accidente de barco. Fue cuando estaba en Gold Beach, Oregon de vacaciones con mi familia. Todos menos yo estaban emocionadas para esta aventura. Yo sola quería relajarme en la playa con un libro. El barco era una lancha que viajó por el río Rouge. Fue diseñado para poder ver la vida salvaje pero también causar que todos a bordo se mojaron.
     La escena era muy pacífica y hermosa. Los pájaros cantaban, las olas chocaban con la costa y el olor de pino nos rodeaba. El sol era caliente, pero los brazos de los árboles proveyeron una sombra muy refrescante.Vimos venados, águilas, ¡aún miramos un oso! La lancha aceleró de vez en cuando, causando que nos ducháramos de agua. Todos rieron. Las personas en el barco charlaban sobre sus vidas y la naturaleza alrededor. Aunque no estaba de buen humor, no podía ignorar la belleza que me envolvía. 
     Todo empezó cuando el capitán de la lancha anunció: — El hombre joven aquí— Señaló a mi hermano—No está satisfecho con su falta de mojado y ¡voy a cambiar eso!—
     Comenzó a crear olas muy grandes en el río. Luego, paró el bote, dio la vuelta, y montó a las olas que creó. Mi estómago hizo una voltereta y pensé a mí misma, “Esto no va a terminar bien.” Subimos a la primera ola y de repente, ¡cataplum! Sentí una fuerza enorme en mí y cerré los ojos. Cuando volví a abrirlos, lo único que vi era mi papá y abuela sosteniendo la parabrisas del barco. Había quebrado y el vidrio estaba por todas partes. Cuando miré mi cuerpo, descubrí que estaba cubierto en vidrio, sangre y agua. 
     El capitán paró el barco en la orilla del río y nos desembarcamos. Yo estaba temblando de pies a cabeza y sollozando incontrolablemente. Evalué la situación y me daba cuenta que yo no tenía lo peor. Mi mamá y hermano no tenían ninguna herida pero mi abuela tenía una cuchillada grande en su cabeza. Sus gafas de sol estaban rotas y todos nuestros celulares estaban muertos.
     Mi mamá preguntó en una voz impactante:
    —¿Todos están bien? —
     Todos menos yo dijeron que sí, pero en este momento, yo no pensé que era posible estar bien. Mi papá, abuela y yo fuimos al baño para limpiar nuestras heridas. Cuando estábamos cubiertos en curitas, fuimos a un restaurante y ordenamos sodas. El dulce sabor era refrescante y por fin empecé a calmarme. Mi familia trató de convencerme de regresar en otro barco, y finalmente me puse de acuerdo. Para cuando regresamos al río, el sol estaba bajando y podíamos ver una puesta de sol magnífica. Las nubes dispersas cambiaron unos tonos de rosado, anaranjado y morado impresionante, como si alguien hubiera untado pintura sobre una lona. Desafortunadamente, después de que el sol había bajado, nuestros cuerpos mojados se congelaron. Las personas detrás de nosotros fueron muy cariñosas y nos dieron unas mantas para calentarnos.
     Al fin del día, el accidente no fue un evento catastrófico. Nuestras heridas se curaron, los celulares fueron reparados y el resto de nuestra vacación pasó sin otro incidente. Sin embargo, todavía tengo una cicatriz en mi meñique, y cada vez que lo miro, me hace pensar de ese día en agosto. Y aunque las memorias malas vienen a mi mente, también tengo en cuenta la lección que aprendí este día. En tiempos graves, son las cosas pequeñas, como una puesta de sol o personas cariñosas, que pueden cambiar tu actitud y sentido de humor.

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