Thursday, March 15, 2018

Hogar por Erik Landeros

   
      La mudanza siempre ha sido algo muy espantoso, pero más si es a otro país lejano y desconocido. La realidad de la mudanza no me golpeó hasta que estaba en el aeropuerto con mi hermana y mis cosas despidiendome de mi papá. El golpe fue casi tan fuerte como si enojara a Rocky. 
     Cuando era niño yo no conocía nada más que la ciudad de Santa Cruz y todo dentro de la ciudad. Yo iba a la escuela con mi mamá y mi hermana todos los días, comía en los mismos restaurantes que me gustaban, y jugaba en los parques cercanos. Mi vida era muy simple y cómoda, me gustaba mi manera de vivir. Un día después de la escuela, estaba en mi sala jugando con mis legos, imaginando mundos en que solo un niño pudiera pensar. De repente, entró mi mamá en la sala con mi papá y decía 一Ya no podemos vivir aquí por mucho tiempo. Se me hace que ya es hora de irnos─. Cuando oí esto no pensé mucho, pero ahora que pienso en él, era una pista hacia un futuro que me cambiaría la vida. Desde ese día no escuché nada sobre no poder vivir donde estábamos. 
     Luego llegó el verano. Yo estaba muy contento porque no tenía que preocuparme de la escuela y de la tarea, aunque estaba en en tercer grado y todo era fácil. Pasaron unas semanas donde hacía todo lo que quería hacer: dormir, jugar con mis amigos y comer. En esas semanas mis padres salían de la casa muy temprano y llegaban como a las seis de la tarde. Yo les preguntaba a dónde iban, pero siempre me decían que a trabajar, no fue que hasta que estaba yo en la preparatoria que me dijeron lo que estaban haciendo la mayoría del tiempo. Me dijeron que estaban intentando conseguir una manera de conseguir boletos baratos para que nos fuéramos a México. Después de que pasaron esas semanas, finalmente nos dijeron que nos íbamos a mudar a nuestra casa en México en una semana. Yo me sentía destrozado porque iba a dejar a los pocos buenos amigos que tenía e iba a un lugar que no conocía. Por otro lado, estaba mi hermana pequeña que tenía 7 años y ella estaba muy emocionada aunque tenía muchas preguntas. Por ejemplo -¿Cómo se mira todo en México?- y cosas así que dirían los niños pequeños.
     En esa misma semana empacamos todas las cosas que teníamos menos una cosa muy importante, mi papá. Él se había quedado para terminar los negocios de la familia mientras nosotros nos haciamos cómodos en México. Antes de que él se viniera con nosotros a México, lo vimos por la última vez en el aeropuerto en Los Ángeles. Cuando nos despedimos de mi papá era muy duro para mí pero aún más para mi hermana. Llegamos a Guadalajara, Jalisco con mi tía y tío que vivían ahí y al siguiente dia nos fuimos a La Yerbabuena, Jalisco donde estaba nuestra propia casa. Se me hacia muy interesante que lo más lejos de la ciudad que nos íbamos, los alrededores se convertían más verdes y el aire era más limpio.
     Llegamos a La Yerbabuena y era muy pequeño todo el pueblito y estaba rodeado por una gran sierra que parecía no tener fin. Los primeros meses que viví ahí lo disfruté mucho porque era muy diferente comparado a lo que conocía en los Estados Unidos. No había mucho que un niño de mi edad podía hacer porque no había dinero y los pueblos más grandes estaban muy lejos de donde vivía. En esos pocos meses extrañaba Santa Cruz y quería volver a mi viejo hogar. Todos los días les preguntaba a mis padres cuándo nos íbamos a volver a los Estados Unidos y siempre me decían -Muy pronto, mi’jo-. Por lo que yo entendía y lo que veía, a mis padres no les gustaba mucho vivir allá tampoco. Mi mamá me decía que ella estaba muy aburrida gran parte del día y mi papá decía que no le gustaba trabajar tanto para apenas sobrevivir.
     Sobrevivimos en México por casi tres años y de repente nos dijeron a mi hermana y a mí que se iba a ir mi mamá a los Estados Unidos y nos íbamos a ir nosotros un poco después de ella. Pasó un mes sin mi mamá hasta que nos vinimos mi hermana y yo a los Estados Unidos. Cuando llegamos no sabía cómo sentirme porque me sentía nervioso y muy feliz a la misma vez. Me acuerdo haber visto a mi mamá por la primera vez en los Estados Unidos y me sentía como si todo se arreglara pronto y fuera todo como antes. No me acordaba cuánto extrañaba los Estados Unidos hasta que llegué a Santa Cruz. Cuando manejábamos en las calles, me acuerdo haberme dicho a mí mismo que por fin había llegado a casa.

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